Cada persona posee su verdadera
vivencia; cada instante es único e irrepetible; cada sensación, aun siendo
infinitamente minúscula en el universo de nuestra existencia, queda grabada en
nuestros sentidos para recrear aquél majestuoso mundo de nuestras experiencias.
Nuestras
sensaciones se funden unas con otras, nuestras visiones se acumulan, nuestras
experiencias nos invitan a saborear nuestros recuerdos…
Gracias a la contemplación
de nuestro entorno somos guiados a través de este inmenso abismo que resulta
ser nuestra propia existencia en medio de la truculencia de nuestro mundo.
El
arte es expresión de una vivencia; el arte es expresión de un sentimiento.
El arte es expresión de nuestras sensaciones; el arte nos ayuda a entendernos y amarnos.
El arte nos permite descansar y dejar volar
nuestros más íntimos pensamientos en nuestra ajetreada existencia.
De este modo, todos somos
artistas: todos anhelamos un mundo bello y verdadero, un mundo de bondad y
descanso, un mundo de luz y color en donde las emociones broten sin sujeción a
normas ni estados de ánimo preestablecidos.
Nuestra visión nos invita a
deleitarnos en lo que nos rodea, y así somos capaces de recrear lo que
percibimos en nuestro interior; pero nuestra imaginación nos hace plasmar, de
un modo u otro, aquello que percibimos y que, de algún modo, nos obliga a mejorar
una situación anterior. Así, nuestro modo de hablar, de vestir, de comer,
caminar…, todo responde a un arte único, verdadero, irrepetible.
Cada
uno de nosotros expresamos nuestra propia percepción del mundo obedeciendo a nuestro particular "modus vivendi". Por
eso todos somos artistas, porque expresamos lo que percibimos según nuestro
peculiar e irrepetible modo de hacerlo.
Cada día se abre ante nosotros cual
inmenso universo, sobrecogedor, lleno de misterio y sorpresas, pero a la vez
infinitamente bello por su personal carácter individual.