Cierto excelentísimo ayuntamiento de una gran ciudad de nuestra querida España, lanzó no hace mucho un bando prohibiendo la exhibición de los “hombres anuncio”.
Se alegaba en aquél la, quizá deshonra, quizá denigración o bien humillación sufrida por el susodicho portador de semejante soporte publicitario.
Normalmente nunca contemplo a mi alrededor cuando voy conduciendo por la ciudad. Sin embargo hoy, esperando pacientemente en uno de nuestros habituales atascos, me sorprende sobremanera un furgón con un total de treinta y dos anuncios en su carrocería. Sí señores, treinta y dos. Me entretuve en contarlos. Es más, pensé que podía ser, bien una extravagancia, bien una horterada, e incluso una absurdez.
Pensé que se trataba de un “vehículo anuncio” o de algún tipo de acto o acontecimiento público que se quería anunciar. Pero no señor mío, no era nada de eso.
Me quedo observando y consigo ponerme a su misma altura en la avenida para ver que se trata de un furgón lleno con niños y niñas disminuidos, conducido por un señor de unos 50 años. Sigo leyendo los anuncios, uno tras otro -como veréis, el atasco era importante-. Pero el anuncio menos agresivo, el más discreto de todos, fue justamente el que me llamó la atención: simplemente era el nombre y logotipo de la Asociación a la que dicho vehículo prestaba sus servicios.
Con bastante prudencia y delicadeza me dirijo al conductor: “perdone señor, mi nombre es Juanjo; ¿por qué lleva usted tantos anuncios?” Tras una amable y serena sonrisa el caballero en cuestión me dice: “amigo Juanjo, los padres de estos chicos, algunos benefactores de la Iglesia y, por supuesto, mis queridos anunciantes, son los únicos que nos ayudan a sacar esto adelante”.
Perplejo, vuelvo a fustigarle con otra de mis atrevidas preguntas: “¿nadie más les ayuda, ni siquiera el Gobierno?”; a lo que el buen hombre me contesta: “no amigo mío, ni siquiera el Gobierno”.
Hoy, este “vehículo anuncio”, ha llenado de dignidad las calles y avenidas por donde circulaba.
Hoy, los chicos y chicas de este “absurdo vehículo anuncio”, me han mirado a los ojos y me han sonreído sin parar.
Hoy, el conductor de este “hortera vehículo anuncio”, me ha tocado el corazón.
Hoy Dios ha vuelto a hablarme desde la sencillez de unos simples anuncios.
Queridos políticos: ¿podrían volver a nuestras calles los hombres anuncio? Pienso que llenarían de dignidad nuestras vacías, horteras y absurdas calles, llenas de hipócrita dignidad y falsa solidaridad.
Espero que nuestros queridos políticos gasten su tiempo y nuestro dinero en apoyar nobles acciones y no en buscar votos y, porqué no, también su propia “publicidad”.
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