Al final, como siempre, todas las parábolas relatadas en los Evangelios, como todas las fábulas y cuentos, infinitamente editados, contados, ilustrados y recordados por todos nosotros, como en todos los casos, siempre son verdad.
En la parábola del Hijo Pródigo, se versa sobre un joven que malgasta la herencia de su padre viviendo perdidamente (o sea, un niñato bien hijo de un papá adinerado y que, tanto el uno como el otro, no saben gobernar ni sus propios instintos: el uno queriendo sacar los pies del tiesto antes de tiempo y el otro sin capacidad de decir simplemente "no" a los caprichitos pijos de su hijito).
En el cuento de la cigarra y la hormiga se cuenta sobre las desavenencias entre una hormiga honrada, trabajadora, cansada y sudorosa, condenada a ver cómo su zángana y vividora vecina la cigarra canturrea y se lo pasa en grande disfrutando los efímeros goces del momento.
En la fábula de la tortuga y la liebre se nos enseña alguna cosa parecida: la tenaz y valiente tortuga camina y camina, pasito a pasito, sirviendo de estúpida y absurda hilaridad para una popular y fantástica liebre (muy chula ella) porque se cree que lo tiene todo ganado enseñando sus musculitos y sus rápidas acrobacias.
Y así podíamos seguir contando parábolas y cuentos para, al final, darnos cuenta de que lo que es verdadero, justo y amable para todos es, sin lugar a dudas, tener caridad con los que nos rodean, ser capaces de trabajar en lo que realmente somos hábiles, la honradez, intentar sacar nuestras vidas adelante sin mayores pretensiones.... etc, etc., etc....
Si nos asomamos al balcón de nuestras calles es lo que vemos: niñatos de papá que han vivido perdidamente disfrutando de dinero fácil y rápido con poco más de 30 años y que, por la dichosa "Crisis", se ven "forzados" a trabajar de camareros, taxistas, peones albañiles o, quizá simplemente, ir a cobrar el paro (si es que declararon algo de lo que ganaron, claro está); o bien zánganas cigarras fantásticas, guapetonas y populares que, sin darse cuenta de lo efímero de la belleza, la voz, la juventud y la popularidad, no trabajaron tenaz e incansablemente por, simplemente, sobrevivir con dignidad; o incluso estúpidas liebres que, con tanto que corrieron, no miraron atrás y dejaron tras de sí amigos, familia (o lo que sea) y ahora están saboreando la más cruel soledad que ellas mismas se labraron.
¿Ya no se acuerdan de los tiempos en que reían, disfrutaban, comían, compraban y derrochaban?
¿Ya no se acuerdan de que atrás quedaban familias despreciadas por el afán de superarse a sí mismos y todos cuantos les rodeaban?
¿Ahora se dan cuenta de que, mientras ellos se los pasaban pipa viviendo a lo grande, había otros que tenían que trabajar y trabajar para, simplemente, poder sobrevivir ellos y sus familias?
¿Acaso nadie les dijo que la herencia podía gastarse antes de tiempo, que el invierno podría llegar o bien que se podían dislocar un tobillo corriendo? ¿Nadie les dijo nada? Difícil solución la de esta pregunta.
En fin amigos, esto es lo que tenemos gracias a la crisis, ¡bendita crisis!
Gracias a Dios que un día, ni tuve un papá con una gran herencia, ni fui un popular cantante, como tampoco fui contado entre los cachas y populares.
Hoy mi vida sigue igual, en crisis económica, como siempre, como durante toda mi vida, como cualquier españolito normal, corriente y moliente: nunca llego a fin de mes.
¿Veis? Al final todas las parábolas, cuentos y fábulas son siempre verdad.
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