El tomo “T” de una lujosa enciclopedia quiso un día convertirse en magazine semanal.
Vivía feliz y plácidamente entre sus amigos los tomos de una elegantísima enciclopedia. Compartían piso en el 2º estante de una modesta galería de la capital con unas magníficas vistas sobre el salón de la familia. Verdaderamente, el tomo “T” tenía una vida y unos amigos privilegiados.
La familia que regentaba la galería era una modesta familia trabajadora, pero felices por tener tan apreciado tesoro en su hogar: la Enciclopedia, nacida como fruto del amor entre su padre El Saber y su madre La Ciencia.
Pero el tomo “T” no se sentía satisfecho: quiso “tener” aventuras en la vida, quiso “tomar” posiciones en la sociedad, quiso “trepar” hasta lo más alto.
Cierto día, vio un magazine semanal sobre la alfombra en donde uno de los chicos de casa lo ojeaba y ojeaba para, una y otra vez, deleitarse con sus divertidas fotos y sus ociosos comentarios.
El tomo “T” observaba al chico que, dicho sea de paso, sólo en muy contadas ocasiones, le había tomado entre sus manos para consultarle. El pobre tomo “T” se dijo: “caramba, sólo tengo palabras pobres, mediocres y mal sonantes, como Trabajo, Tesón, Tenacidad... ¿qué puedo hacer? Esto hay que solucionarlo”. Y así, comenzó a deliberar en cómo podría convertirse en un divertido y atractivo magazine.
Llegada la noche, cuando ya todos los tomos y libros de la galería estaban dormidos, preguntó en susurros al magazine: “oye, oye.... escúchame”. El magazine, perplejo de que tan noble inquilino le llamase, contestó: “dígame, señor tomo “T”. “¿Podrías cambiarte conmigo por una semana?” –dijo el tomo “T”-, a lo que el magazine, aún más asombrado replicó: “pero señor, si mi vida es muy efímera; tan sólo comento eventos fugaces de personajes vacíos que simplemente se sienten interesados por presumir de su propio glamour. Sin embargo, usted tiene una vida serena, llena de sabiduría, tiene sus amigos los demás tomos, su padre El Saber y su madre La Ciencia le aman muchísimo y, además, es usted una pieza clave en esa joya que es la enciclopedia. ¿Cómo querría usted cambiarse conmigo, que simplemente reflejo unas fugaces imágenes de lujo y glamour de personas ricas pero inconscientes?”. Pero el tomo “T” insistía una y otra vez.
Aquella noche el magazine no pudo decidirse en tan trascendente situación, así que pospusieron sus negociaciones hasta la noche siguiente.
Al día siguiente, el resto de tomos persuadían al tomo “T” para que no abandonase su apartamento en el 2º estante de la galería. “Pero si eres feliz” –le decía el tomo “F”-, “aquí tienes tu vida” –repetía el tomo “V”-, “chaval, que eres un gran amigo” –clamaba el tomo “a”... y así todos los tomos, uno por uno, repetían cada uno sin cesar sus mejores atributos para que el tomo “T” no les dejara. Pero fue en vano. Incluso su padre El Saber y su madre La Ciencia tuvieron que llamarle al móvil para ver si desistía, pero nada: fracasaron en su intento. Por último, el tomo “H” quiso llamarle a la honradez, el tomo “S” a la serenidad, el tomo “U” a la urbanidad y el tomo “P” a la prudencia. Nada; todo fueron inútiles esfuerzos.
“Yo quiero ser Tener fama, quiero Tener posibilidad de viajar, quiero Trepar a lo más alto, quiero Triunfar. Vosotros lleváis todos una vida mediocre, miraos: todos iguales, sólo tenéis conocimiento, letras, sabiduría, conceptos. Sin embargo, miradme a mí, puedo Tenerlo Todo –soy la letra T-, soy Todopoderoso, soy Todoterreno, soy Todo lo que me propongo...” Y así proseguía hasta que sus amigos, los demás tomos, cerraron sus páginas y abandonaron sus argumentos y rezaron para que su amigo no cometiese ninguna Tontería.
Llegada la noche, el magazine aceptó el intercambio, y así, cerraron un atractivo acuerdo. El magazine trepó hasta el 2º piso de la galería, se acomodó plácidamente entre los tomos “S” y “U” (serenidad y urbanidad) y comenzó a disfrutar de un nuevo y placentero status.
El tomo “T” se despojó de sus elegantes tapas de piel y su robusto papel satinado por unas cuantas finas hojas de papel couché manoseadas pero inteligentemente dispuestas con maravillosas fotografías coloristas llenas de un impresionante glamour. “Qué bien, voy a comenzar a Triunfar” –se decía el tomo “T”- pensando que ya había llegado a lo más alto. Pensaba que, al estar entre famosos, actores, políticos, personajes influyentes, banqueros...., podría convertirse en uno de ellos y así ser un ser muy querido y estimado.
Fue realmente cuando el tomo “T” salió de la alfombra el momento en que comenzó su aventura y sus descubrimientos por la casa. En primer lugar fue llegó a un lugar frío y húmedo de la casa. Debía ser quizá la antesala del exterior. Quizá llovía, porque se oía agua correr, pero no acertaba a ver las ventanas. “¡Qué extraño!, oigo lluvia pero no sé de dónde viene el ruido”. Pronto se dio cuenta de que alguien le había tomado para ir al baño. Y se dijo “qué importante soy: cierran la puerta para estar conmigo; esto empieza con buen pié”.
Seguidamente fue conducido a otro interesantísimo lugar: era una estancia amplia, con una luz blanca muy luminosa, con muebles funcionales e inteligentemente dispuestos. Había un gran armario que, cuando abría su puerta, desprendía una gélida brisa acompañada de diferentes aromas; otro en cambio, cuando se entreabría, dejaba escapar un abrumador aire seco caliente, cual fuego abrasador saliendo de las fauces de un dragón. También había otro espacio como de piedra de donde salían llamas incandescentes... sin embargo, olía especialmente bien, y comenzó a tener hambre. “Si tuviese a mi amiga la “V”, me diría cómo se llama este lugar de la vivienda” -se dijo-. Aquí tuvo su primera experiencia dolorosa: sintió cómo de pronto le arrancaban varias páginas de su sección de <> para ser taladradas y cuidadosamente archivadas en un misterioso gran libro junto a sus amigos de la enciclopedia. Pero no le importó: a pesar de las hojas arrancadas, seguía manteniendo el brillo de sus amplias fotografías, el colorido de sus anuncios y el glamour de sus personajes.
Cuando descubrió que había estado en la cocina, fue a descansar sobre una mesita frente a la galería en donde reposaban sus amigos de siempre. Desde lejos, miraba con aires de grandeza y, a la vez, presumía de haber podido salir de aquél estante: “miradme chicos, ya he empezado a ver mundo; pronto me envidiaréis, porque estáis muy acomodados viviendo en ese suburbio”. Y así comenzó a buscar nuevos amigos que pudiesen aportarle lo que necesitaba para triunfar.
En esta estación, la experiencia fue aun más extraña: pronto se encontró acompañado de muchos, muchísimos seres desconocidos a su alrededor. Debía ser un pequeño almacén, aunque no estaba muy seguro.
Allí habló con las señoras “apertura y cierre” un pequeño de llaves que siempre tintineaban cuando se rozaban entre ellas. Se contentaban simplemente con ser indispensables para que cierto artilugio llamado vehículo funcionase, “¡qué denigrante!, sólo sirve para que algo funcione durante unas horas, ¡qué cosa más poco productiva!, ¡qué vida más mediocre!, y encima están contentas, ¡qué triste!” –se decía para sí el tomo “T”-, así que prefirió no intimar más con aquellas llaves solteronas.
Luego vio una serie de paños blancos perfectamente doblados y dispuestos. Eran unos señoritos blancos y muy cuidados que desprendían un suave aroma. Les preguntó para qué servían y por qué estaban en aquella mesa. “Somos pañuelos: siempre que nos necesitan, aquí nos encuentran, no pueden prescindir de nosotros”. Pero al tomo “T” tampoco le gustaba el trabajo de los que limpiaban y mantenían decentes y presentables a sus amos, y despreciaba a los que realizaban tareas humildes.
Las gafas de sol también fueron debidamente interrogadas por nuestro amigo el tomo “T”: “¿y vosotras, con esos colores tan oscuros, quiénes sois?” -preguntó-. “Somos las gafas de sol: cuando salimos de día, como el sol es tan potente, cobijamos los delicados ojos de los humanos a los que acompañamos y ellos se sienten aliviados”. Pero tampoco éstas merecían su reconocimiento. “Sólo salen de día, y sin embargo, llegada la noche, nadie las recuerda. Qué forma más absurda de vivir....”.
Así fue conociendo a todos y cada uno de sus nuevos vecinos, tales como fotografías antiguas a las que él mismo denominó como “demasiado viejas para ser amigas mías”; bolígrafos gastados a los que no dudó en despreciar diciéndoles “vosotros queréis trabajar muy poco y por eso gastáis vuestra tinta en tonterías”; discos compactos de música pasada de moda con los que tampoco quiso intimar porque “no habían sabido hacer huella y todos se habían olvidado de ellos”; y así, uno tras otro, ningún vecino mereció la amistad del tomo “T”, el cual, despechado contra sus nuevos vecinos y, desengañado por aquella frustrada mudanza, cerró sus páginas y se dispuso a dormir una siesta bajo la tenue luz de una pequeña lámpara de mesa.
Al darse la vuelta, pudo entrever un objeto pequeño, doblado por la mitad, con una textura similar a la piel que antaño vestía sus tapas cuando era parte de la enciclopedia, y que asomaba unas hojitas de diversos colores. Aquel individuo le resultó bastante interesante.
Se acercó a él para preguntarle “perdone pero, ¿quién es usted?” y el vecino le contestó con un aires de autosuficiencia y a la vez muy demagógico “pues señor magazine, ¿no se da usted cuenta de que soy un billetero?, valiente impertinencia el preguntarme de ese modo”. El tomo “T” quedó perplejo y avergonzado ante semejante situación, pudo ver que el resto de vecinos se reía, susurrándose cosas entre ellos y lanzando pequeñas miradas hacia él.
Pero aquello no podía quedar así. El tomo “T” volvió a dirigirse al billetero para preguntarle “¿y vive usted aquí desde hace mucho?” a lo que el billetero, de nuevo con sus aires de prepotencia desordenada y su egocentrismo exacerbado contestó: “por supuesto, siempre he estado aquí. Sin mí no podrían los humanos comprar el vehículo que mueven esas absurdas llaves, como tampoco podría adquirir pañuelos de seda para estar limpio, o cambiar los cristales de las gafas, como tampoco reponer esos estúpidos bolígrafos gastados, y por supuesto, tampoco podría comprar nuevos discos para olvidarse de esa antiquísima y estridente música.”
De este modo iba el billetero exponiendo todas sus habilidades, aptitudes y grandezas, de modo que el tomo “T”, el cual no era precisamente “tonto”, comenzó a entablar conversaciones con el billetero de la mesita de la lámpara.
Poquito a poco fueron intimando más y más, hasta el punto en que el tomo “T”, siempre disfrazado de magazine y suplantando una personalidad que no era la suya, se enorgullecía de los personajes famosos e influyentes, así como de los paradisíacos lugares y los grandes negocios que en sus páginas se anunciaban. El billetero, no poco sorprendido con las experiencias que parecía aportar este nuevo vecino, tuvo a bien abrir su mano al tomo “T” y decidieron unirse. “Si nunca te sueltas de mi doblez, verás cómo siempre sales a descubrir nuevas aventuras” -dijo el billetero al tomo “T”-. “¿Y qué son esos papelitos de color pastel que llevas dentro?” -preguntó el tomo al billetero-; “valiente estúpido” -contestó-; son billetes, dinero, lo que da a los humanos el poder, la fama, el triunfo. Con lo que yo tengo todos triunfan, todos se engrandecen; sin eso, el mundo no vale nada, las personas se arruinan, dejan de tener amigos, no pueden ser felices.
Verdaderamente impresionado por semejantes conocimientos y teorías, el tomo “T” se unió al billetero con el fin de estar siempre acompañado por tan ilustre compañero. Así, cogidos el uno por la portada y el otro por un doblez, vieron cómo la dueña de casa les tomaba para ir de compras por la ciudad.
El tomo “T” –que seguía disfrazado y suplantando al magazine- sentía cómo aquella señora primero ojeaba las páginas de sociedad, sintiendo sus ojos iluminarse ante tan bellísimos trajes, bolsos y pamelas. Estuvo ojeando todas sus hojas en el ascensor pero no cayó en la cuenta de que había olvidado las llaves, aquellas llaves solteronas e impertinentes que desagradaban con sus incesantes tintineos. “Uf, qué lata, tener que compartir viaje con éstas” -pensó en alta voz-, pero el billetero recriminó el comentario: “jovencito, sin las llaves, la señora nunca podrá conducir el vehículo, son indispensables para abrir y cerrar sus puertas”. Aun así, el tomo “T” siguió pensando que era un trabajo muy poco productivo.
Al salir a la calle, sacó del bolso las gafas de sol. Muy contentas, iban en primera línea divisando todo el paisaje que se les ofrecía. “Dichosas mironas cotillas; nada se les escapa” -pensó-. Nuevamente fue recriminado por el billetero, el cual fue enumerando, una por una, las veces que la señora había estado a punto de perder la vista y no ocurrió gracias a las “cotillas” de las gafas. Sin embargo, tampoco esto surtió el efecto suficiente.
La señora fue gastando todos los billetes que su amigo el billetero le ofrecía. En la peluquería sacó uno de los viejos bolígrafos y pintó signos sobre la página de los pasatiempos. “Bueno, en cuanto acabe, los bolígrafos dejarán de molestarme y punzar su estúpida punta sobre mí....” (se decía); luego fue agitado por la señora cuando esperaba en la cola del supermercado y, al ver que no daba el suficiente aire, fue sustituido por un abanico muy impertinente que hacía volar sus hojas. “¡Qué personaje más molesto! Ya podía tener un poco de cuidado al moverse!”, y así fue quejándose y criticando todo aquello que se movía a su alrededor.
La señora compró algunos trajes, zapatos, perfumes; otro día fueron de viaje al otro lado de la calle y de la ciudad; pagaron la cuenta en restaurantes, fueron al cine; y siempre iba acompañado de su nuevo amigo el billetero.
Así pasó una semana. Su soberbia llegó al punto de que el tomo “T” dejó poco a poco de sonreír a sus antiguos compañeros cuando llegaba al salón de la casa y comenzó a sentirse un ser superior. Pero el tomo “T” tampoco se dio cuenta de que sólo era una letra, la letra “T”, la cual sola no podía hacer nada de nada; aun vestida de magazine, siempre necesitaría de que alguien le complementase.
Un buen día, en la terraza de un bar, el billetero se quedó con unos solos céntimos y dijo al tomo “T”, que aún seguía disfrazado de magazine: “mira idiota, consigue que la señora nos lleve a casa para que reponga billetes de colores en mi interior”. Pero el tomo “T”, tan engreído en su nueva personalidad, no aceptó el insulto del billetero y, subiéndose encima de él, lo tapó abriendo de par en par sus páginas y quedaron ambos, tumbados en la mesa del bar.
Inmediatamente la señora compró un nuevo magazine (el correspondiente a la nueva semana), con lo que olvidó al tomo “T” en la mesa del bar. También olvidó su billetero, ya que al estar vacío, dejó de ser de valiosa utilidad para la señora. Así comenzó el ocaso de aquélla aventura.
Comenzó a llover y las hojas del tomo “T” se mojaron. Sin embargo, el billetero no se mojaba: tenía al tomo “T” encima de él.
Luego vino el viento, y las hojas del tomo “T” se agitaron. Pero el billetero no se agitó, porque estaba resguardado por su vecino, el tomo “T”.
Por último, un jovencito apagó un cigarrillo sobre las hojas del tomo “T”. pero al billetero no le llegó nunca la quemadura: le cubría su amigo, el tomo “T”.
Por fin apareció alguien. El tomo “T” pensó que venían a recuperarlo pero.... “¡Cuidado! ¡Trae una escoba!” gritó el tomo “T” a su vecino el billetero, el cual se dijo para sí: “menos mal, por fin alguien se da cuenta de que existo y me quitan a este mequetrefe de encima”.
La escoba, firmemente custodiada por un honrado y trabajador barrendero, empujó una y otra vez al tomo “T” y al billetero. El barrendero arrojó aquellas sucias hojas de papel couché al container y se quedó con el billetero, que aún tenía capacidad para ser rellenado y no se había deteriorado. El tomo “T” gritaba y gritaba desde el container pero, el billetero ya no alcanzó a oírle: se sentía seguro y custodiado entre las manos de aquel honrado barrendero el cual, poco a poco, se fue alejando para completar su labor.
Y así, entre las basuras de la ciudad, rodeado de mugre y escombros, fue como el tomo “T”, que tanto quiso transportarse hasta lo más alto, tanto quiso incluso aprovecharse de la generosidad que le brindó un vecino cargado de billetes –por cierto, sólo eso, billetes-, terminó en el fondo de un oscuro y sucio contenedor de un austero pero inteligente barrendero, el cual, en su humilde y poco pretenciosa condición, recogió los desechos de la fugacidad de la fama, del dinero, del glamour y del poder, para simplemente, seguir viviendo en paz y armonía con los suyos.
Entretanto, el magazine, revestido con la dignidad de las tapas de piel y las letras doradas del tomo “T” y enriquecido con sus nuevas hojas de papel satinado, conversaba y reía amablemente con sus nuevos amigos y vecinos, el resto de los tomos, de la “A” a la “S” y de la “U” a la “Z”; cada uno con sus convicciones, teorías, definiciones y experiencias. Cada uno con su riqueza y su necesidad de los otros. Cada uno, sirviendo en su apreciado y a la vez maravilloso mundo: el 2º estante de aquella modesta galería.
(Dedicado a los que pretenden triunfar usando de recursos ajenos)