Hoy vimos irse al Santo Padre Benedicto XVI y hoy vimos recoger las tiendas de los peregrinos.
Parecía como cuando la columna de nube o de fuego comenzaba a moverse y los israelitas levantaban el campamento para seguir a su Dios al mando de Moisés.
Mereció la pena el ahorro durante meses, mereció la pena el calor, el esfuerzo físico, el cansancio, las críticas. Sí señores, mereció la pena.
Mereció la pena subir de madrugada hacia Madrid para simplemente ver la felicidad dibujada en los rostros de nuestros hijos durante unas horas.
Mereció la pena conducir durante toda una noche, no comer, no dormir. Mereció la pena.
Mereció la pena ver el rostro de Dios dibujado en dos millones de peregrinos.
Sí, mis queridos amigos lectores, mereció la pena que viniese Benedicto XVI.
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