domingo, 14 de febrero de 2016

Un deporte muy común

La maledicencia, la murmuración, las críticas sin fundamento… todas esas cosas que en ocasiones tanto nos gustan a los humanos, se asimilan a hechos tan cotidianos como derramar un cubo de agua, arrugar un papel o romper un cristal.

Del cubo que se derrama, la totalidad de su agua es imposible de recoger; el papel que arrugamos, por más que nos empeñemos, jamás volverá a presentarse terso y con la suavidad suficiente como para que podamos escribir sobre él dulces palabras, pero además, si arrojamos un vaso de cristal al suelo, nos resulta tarea imposible el intentar recomponer, con los diminutos y dispersos trozos de cristal, aquel suave recipiente que nos brindó deleitarnos el paladar con su delicioso contenido.

Eso mismo ocurre cuando hablamos mal de nuestros semejantes (sí, semejantes, recordemos que eso somos, semejantes en todo): la fama queda totalmente desparramada por el suelo y es imposible volver a recogerla porque, inmediatamente, se evapora, exactamente igual que el agua; su semblante queda arrugado y, por más que volvamos a contemplarlo, sólo percibiremos la fealdad de sus arrugas, sin posibilidad de esbozar sobre él el menor atisbo de belleza y, por supuesto, toda su persona, toda su alma, todo su ser, quedan destrozados ante nosotros cual vaso de cristal arrojado a nuestros pies y ante el cual, la única opción que queda, es barrerlo para no herirnos los pies con el resultado de nuestra magnífica proeza.

Quizá nos suene a sandez, o nos resulte ciertamente ridículo, o incluso pueda llegar a ser insignificante, pero ese es, ni más ni menos, el resultado de algunas de nuestras “opiniones”.  Sin embargo, lo más gracioso de todo esto, es que este es uno de nuestros deportes preferidos.

Buen domingo a todos.

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