jueves, 19 de febrero de 2009

El baile de las flores

Os propongo otro cuento que escribí hace algún tiempo.  Espero os guste, se llama "El baile de las flores":

María traía un trabajo del cole para hacer en casa: una redacción.  Pero María, aquella tarde, no sabía de qué podría escribirla.  Por más que miraba a su alrededor, pero nada se le antojaba interesante.

Vio por la ventana una bandada de golondrinas que, cual diminutas avionetas, surcaban el cielo que poco a poco comenzaba a oscurecerse, pero tampoco se le ocurría ninguna historia apasionante.  Como de costumbre, riñó con su hermano Juan, discutió con su madre y resopló varias veces al oír las órdenes de su padre de tal modo que, sumado a la poca imaginación que tenía aquella tarde, aquello terminó por desesperarla.  Más tarde llegó la hora de la cena, luego la hora de rezar y, cuando se disponía a escribir su redacción, María se quedó dormida sobre su escritorio.  Pero María notó que alguien, con una voz muy cálida, la despertaba llamándola desde el alféizar de la ventana de su habitación:

-Pssh, pssh, María, despierta.
-¿Quién eres tú? (dijo María sorprendida al ver a semejante personaje en su ventana)
-Soy el señor clavel.

Atolondrada por despertarse de aquel profundo sueño y, no menos conmocionada por lo que veía, María se encontró de pronto conversando con un clavel de un color rojo intenso que le hablaba y gesticulaba como si de un galán se tratase.

-¡Increíble! estoy hablando con una flor, esto debe ser un sueño (pensó en voz alta María).
-No preciosa, no estás soñando, es cierto. Vente conmigo al jardín. Hemos preparado una fiesta en honor de la princesa (le dijo el señor clavel).

Con una de sus largas hojas, el señor clavel tomó de la mano a María y la condujo elegantemente hasta el jardín de casa. También notó cómo poco a poco todo engrandecía a su alrededor, hasta que, sin darse apenas cuenta, se vio a la misma altura del clavel. “¿Qué me está pasando?” -se preguntó María muy aturdida-. “No te preocupes -contestó el apuesto clavel-; en cuanto termine el baile, volverás a tener tu tamaño natural”. Todo era mágico aquella noche. María estaba cada vez más impresionada.

En el jardín, María alcanzó a oír una suave música entonada por un trío de ruiseñores. También adivinó a oír algunas risas, así que se quedó observando unos instantes y vio un espectáculo sorprendente: el jardín estaba iluminado por cientos de luciérnagas que revoloteaban sobre las corolas de decenas de flores que reían y bailaban; había un grupo de margaritas que se reían mucho y tomaban copas mientras miraban a unos narcisos que se pavoneaban delante de ellas muy engreídos de su propia elegancia y que intentaban flirtear con ellas. Más adelante vio parejas de rosas y gladiolos bailando valses, así como jacintos que servían como camareros en la barra de un bar portando nenúfares a modo de bandejas y vasitos de néctar de miel silvestre.

Cuando pararon los valses (tocados por una orquesta de crisantemos, geranios y begonias) salieron a cantar unas amapolas guapísimas acompañadas de un jacinto que tocaba un piano. En otro rincón, un pequeño coro de claveles rojos tocaban guitarras, panderos y flautas animando a un pequeño grupo de gitanillas que bailaban flamenco.

María no salía de su asombro. Era increíble poder estar en medio de aquel tumulto y disfrutar de aquella increíble fiesta.

El señor clavel invitó a tomar un jugo de pomelo a María, la cual aceptó sin dudar la invitación. Además, como se había despertado sobresaltada, no le venía mal tomar un trago y apagar la sed que la emoción del momento le estaba produciendo.

De pronto paró la música y unas vinagretas comenzaron a tocar sus trompetas:

-¡Tarí tararí tarííííííí! ¡¡Su alteza imperial la princesa orquídea!! -anunció un circunspecto gladiolo-.

Al momento bajó las escaleras formadas por unos helechos de intenso color verde, la princesa Orquídea, bellísima, flanqueada por cuatro varas de juncos que la transportaban en un tálamo tejido con cañitas de bambú.

Todas las flores aplaudían y hacían reverencias a tan sublime dama. En este momento comenzaba el baile oficial: la orquesta, formada por jacintos, crisantemos, begonias y flores del paraíso, comenzó a tocar una vienesa. Todos los gladiolos, jacintos, narcisos, crisantemos, geranios y claveles fueron a tomar sus correspondientes parejas: margaritas, begonias, lotos, rosas, campanillas y clavellinas.

María disfrutaba del espectáculo como la mejor de las invitadas.

Sin embargo, desde la verja del jardín, unos cardos y unas ortigas que no habían sido invitados a la fiesta, observaban maliciosamente el espectáculo, y también se preguntaban quién era aquella flor con forma de niña. Uno de los cardos le dijo: “¿quién eres tú, pequeña?”; a lo que María contestó: “soy María, vivo en la casa del jardín, ¿no me habéis visto nunca?”. “No, no, nunca te hemos visto” -le dijo uno de los cardos-, “acércate para que te veamos bien”. Pero en ese preciso momento, dos margaritas vinieron rápidamente a avisar a María que uno de los claveles blancos deseaba bailar con ella. “No sé bailar” -dijo la chica-. “Déjate llevar” -le contestaron las margaritas-. Y así, poco a poco, como en un cuento de hadas, María se vio bailando rodeada de una multitud de elegantes flores vestidas con sus mejores galas que la aplaudían sin cesar.

La Princesa Orquídea dio su consentimiento y el jacinto que tocaba el piano se dispuso a tocar una de sus mejores baladas. Las amapolas cantaban a coro y una adelfa cantó al unísono de los ruiseñores.

María se sentía muy feliz. El elegante clavel blanco bailó varias piezas con ella y, más tarde, quiso tener un rato a solas con ella así que, sin pensarlo, salieron del corro a tomar un jugo de naranja. Pudieron respirar la suave brisa primaveral perfumada por las flores de azahar que custodiaban el jardín. El clavel blanco quiso acercarse a la verja, y María asintió.

“¿Cómo te llamas, preciosa?” -preguntó el flamante clavel-; “María, ¿no me conoces?, vivo aquí desde hace años”. En ese momento, una de las ortigas, instigada por la envidia del resto de sus compañeras y, desairada por no haber sido invitada a la fiesta, tocó a María con una de sus hirientes púas y la chica pegó un sobresalto: “¡Aaaayyyy!” -gritó-. “¿Qué te ocurre preciosa?” -le preguntó el galán-. “He notado un...., aquí en el brazo..., como una especie de..., no sé, me pica..., me duele...., aaaayyy.....”. Y así se desvaneció en brazos del galante clavel blanco.

Despertó en su habitación, echada sobre el escritorio, allí donde se había quedado dormida y, aturdida, miró el despertador en la mesita de noche: eran las seis de la mañana. “Pronto amanecerá y yo..., aquí... ¿dónde estoy exactamente?” -se preguntaba la chica mirándose a la vez el brazo levemente hinchado por un pinchazo venenoso-.

“Creo que ha sido un sueño, pero el brazo me escuece...” -no sabía muy bien María qué había pasado la noche anterior-. La ventana estaba entreabierta y, en el alféizar, pudo ver unos granitos de polen y unos pétalos de clavel. “No ha podido pasar, no ha podido pasar” -se repetía una y otra vez-.

Pero María ya supo qué historia contar en su redacción.
Había conocido los entresijos del jardín.
Había hablado con claveles y margaritas, había disfrutado de la música de los jacintos, gladiolos y crisantemos; pero lo más importante, había descubierto la envidia de las ortigas y los cardos.

María aquel día, supo cómo no siempre el bien propio produce alegría en los que continuamente le rodeaban.María, lamentablemente, vio cómo la envidia la despertó de su precioso y fantástico sueño.


-Dedicado a mi esposa-

lunes, 16 de febrero de 2009

Otro cumpleaños

Hoy le toca el turno a mi hijo Juanjo.

Querido hijo, hoy cumples ocho años, y parece que fue ayer mismo cuando naciste.
Recuerdo tu carita redonda cuando, con mucho esfuerzo, conseguiste salir del seno de tu madre (fue un parto duro y difícil).
Recuerdo tus ojitos rajados como los de tu madre y tu boquita cerrada como la de tus hermanas.
Pensé que eras otra chica. Pero no, ahí estaba la sorpresa: ERAS UN CHICO, mi primer hijo varón.
No lo supe hasta que naciste. Mamá me tenía preparada la sorpresa durante meses atrás.

¡Qué feliz me hiciste cuando llegaste!

Sabes que te quiero mucho.
Sabes que río cuando ríes (aunque a veces resultes un poquitín pesado).
Sabes que sufro cuando tú sufres (y no son pocas las veces que sufres, porque son muchas las cosas que te afectan).

En fin, hijo mío, qué puedo decirte.
Sólo quiero que sepas que tu madre y yo te queremos mucho e intentamos lo mejor para tí y tus hermanos, pero al igual que a ellos, hay por ahí arriba alguien que te quiere muchísimo, infinitamente más que nosotros y que, al tiempo, está cuidando continuamente de tí.

Que Dios te bendiga.

jueves, 12 de febrero de 2009

HISTORIA DE LA SINRAZÓN

“Mi padre era un arameo errante....”
y así es, con estas bellísimas palabras, cómo los descendientes de Abraham inician las enseñanzas de la Historia de la Salvación a sus hijos. Historia con una raíz, con un principio, con un presente, pero nunca con un fin. La Historia de la Salvación. Pero justo en la raíz empezó el problema; dos hijos de un mismo padre: Ismael, el hijo de la esclava; Isaac, el hijo de la libre.

Perdonadme el atrevimiento pero, aunque si bien no pretendo entrar en conjeturas o bien, poco esclarecidas constataciones, sí que es cierto que hay dos realidades visibles: aquellos que se confiesan descendientes directos de Abraham y, en el otro bando, aquellos que, también aferrados a sus firmes convicciones, se confiesan descendientes de Ismael. Ya digo, sin constatar, sin entrar en conjeturas, sin pretender ni muchísimo menos abrir líneas de investigación; pero ahí están los dos hermanos: condenados a rememorar esta tremenda “Historia de la Sinrazón”.

¡Qué triste es lo que ocurre en la Tierra de Canaan! Porque, disculpadme nuevamente el atrevimiento, pero desde tiempos inmemoriales, conocida ha sido siempre esta tierra como “La Tierra de Canaan”. Y repito nuevamente, ¡qué triste es lo que está ocurriendo en la Tierra de Canaan, la Tierra de Dios!

Dos realidades, dos vertientes, centenares de opiniones, miles de sufrimientos, millones de lágrimas vertidas, innumerables corazones desgarrados.... Dos pueblos condenados a vivir encerrados en una jaula de oro.

Hace pocos meses pude visitar esta bellísima tierra que, como bien dice la Escritura, es una “Tierra buena y espaciosa, tierra repleta de viñas y olivares, tierra que mana leche y miel”. De Norte a Sur y de Sur a Norte; de Oriente a Occidente, y de Occidente a Oriente, es una Tierra bellísima; es la Creación misma; es, sin lugar a dudas, la Tierra de Dios.

Al Sur está el inmenso y abrupto, rudo y áspero aunque también, porqué no, bellísimo desierto de Judá, en donde está el Mar Muerto, desembocadura del río Jordán, en la depresión más profunda de nuestro planeta. En la zona norte está la región de Galilea, lugar en donde vivió el Señor y, en el extremo más septentrional, está el macizo del Monte Hermón, que sirve de frontera con el Líbano y en donde están las bellísimas fuentes del río Jordán. Al oriente están los llamados “Altos del Golán” y, al occidente está el Mar Mediterráneo. Y en el centro de todo: JERUSALEM; ciudad santa por su historia, ciudad maldita por sus errores; ciudad esplendorosa porque allí se miraba el Señor como en un espejo, ciudad ennegrecida por la sinrazón de sus custodios.... y así podíamos seguir, pero no es el caso.

De nuevo digo ¡pero qué triste es lo que está ocurriendo en la Tierra de Dios!

Y así, cada uno, contando la historia que según le ha tocado en suerte, va entrando, poco a poco, segundo a segundo, día a día, año tras año, en la que yo llamo “Historia de la sinrazón”. Es triste, pero sí amigos: existe esta historia de la sinrazón. Porque Canaan, aquella bellísima tierra, aquel precioso rincón del planeta, habiendo sido testigo de las más bellas e increíbles hazañas jamás contadas, siendo el lugar en donde se han dado cita personajes irrepetibles; Canaan, en donde han tenido lugar inenarrables gestas e incontables episodios, es también hoy uno de los lugares más tristes de nuestro planeta: judíos y palestinos se disputan la tierra, los frutos, las fronteras, el idioma, las fiestas.... todo. Los judíos llaman a Canaan “Eretz Israel” y los árabes la llaman “Palestina”. Sin entrar nuevamente en detalles históricos y, ni mucho menos científicos -ya lo dije al principio-, sí que es cierto que cada uno la llama por su nombre; ambos tienen razón, ambos pisan su tierra -en Israel, suelo que pisas, suelo que es tuyo, de ahí los asentamientos....-, ambos tienen su “Historia de la Salvación” pero, ¡ay amigos! Aquí tenemos el problema: habéis hecho de esta maravillosa Historia de la Salvación una horrenda “Historia de la sinrazón”, porque -y perdonadme nuevamente-, todo aquello que se ordena por imposición y todas las acciones derivadas de la cerrazón, convierten nuestra vida pues eso..., en una “sinrazón”.

De hecho, la misma geografía habla por sí misma: en el lugar más bajo del planeta, se dan cita las más viles bajezas de los hombres: baja es la tierra, bajo es el hombre. En lo más escondido de la tierra, sale a la luz lo peor que cada hombre lleva dentro; ahí mismo, en la región en donde se encuentra la depresión más baja del planeta (400m bajo el nivel del mar), es donde están los sentimientos más bajos de los hombres que habitan la región: su propio egoísmo. Y no hay otro nombre, perdonadme nuevamente el atrevimiento.

Es lo mismo que la “Convivencia” y lo que yo llamo la “Sin-Vivencia” -extraño vocablo ¿verdad?, pero para mí es muy gráfico-. Podemos convivir cuando nos servimos unos a otros, es decir, nadie es más que nadie, ninguno es superior al otro; cada cual sirve en lo que puede al prójimo -eso me enseñó mi madre-. Por el contrario, está lo que yo llamo “Sin-Vivencia”, es decir, cuando cada cual tira para su lado y nadie está dispuesto a servir, o bien, para que no quede lugar a dudas, en la “Sin-Vivencia” afloran los más bajos sentimientos de los hombres -y de las mujeres, por si alguien se siente excluido/a de todo esto-.

En la Historia de la Salvación, desde su principio hasta su fin, continuamente se nos enseña y exhorta a servir al prójimo, a ser realmente útiles, a no ser egoístas..., o sea: ponernos al servicio del otro para así, gozar de una buena “Convivencia”. En la Historia de la sin-razón ocurre justo lo contrario: cada cual pone sus límites, establece sus propias fronteras, llama a las cosas por su particular nombre, habla sus propios idiomas; en resumen, cada cual tiene “su propia razón” y por ende, nadie es útil a nadie, por tanto, aparece la “Sin-Vivencia”.

Cuando servimos al prójimo, en el argot cristiano se llama “morir por el otro”, en el argot progre se podría llamar “ser solidario” y, en el argot de la calle se llamaría, sin lugar a dudas “ser gilipollas” -con perdón de los que realmente lo son-.

Los progres llaman a los judíos cosas sublimes como “insolidarios”, como también palabras de última generación como “intolerantes” e incluso verbos tan elegantemente adornados por un magnífico halo de hipócrita intelectualidad como “xenófobos”. Por otro lado, los demagogos e ignorantes denominan a los árabes con exquisitos vocablos revestidos de idiotez suprema como “violentos”, o también -en los casos en que no se quiere reconocer una realidad- “fanáticos”, e incluso generalizando y, sin piedad alguna, se les llega a llamar “terroristas”. Y por último está un servidor de todos vosotros, que llama “gilipollas” a todo aquel que sólo se crea una parte de esta tremenda historia -y esta vez no me disculpo-.

Todos tienen cabida en la Tierra de Canaan, mas ninguno tiene el derecho de apropiársela si Dios no se la da. Todos tienen sitio en la Tierra de Dios, mas ninguno tiene potestad alguna para expulsar a sus colonos -sean judíos, sean palestinos-. Todos han oído distintas voces pero de un mismo Dios, mas ninguno tiene el poder moral de imponer su convicción por la fuerza.... y así podríamos seguir y seguir, para no llegar a ningún sitio. Hay en la Tierra de Canaan un muro infranqueable, un frontera inexpugnable, un cordón de acero irrompible: en la Tierra de Dios hoy vive el egoísmo.

En fin, Señor, mi querido Señor, ¡pero qué triste es lo que está ocurriendo en tu Tierra!

(Dedicado a los judíos y palestinos que sufren día a día el odio entre sus hermanos)

lunes, 9 de febrero de 2009

Un cuento

Hace algún tiempo escribí una pequeña fábula.
Como moraleja, cada uno podríamos identificarnos con alguno de los personajes. Yo simplemente saqué en claro que cada cual, en su papel, en su situación concreta, puede ser feliz sin necesidad de grandes y soberbias aspiraciones.
En fin, espero que os guste:

El libro que quiso ser revista


El tomo “T” de una lujosa enciclopedia quiso un día convertirse en magazine semanal.
Vivía feliz y plácidamente entre sus amigos los tomos de una elegantísima enciclopedia. Compartían piso en el 2º estante de una modesta galería de la capital con unas magníficas vistas sobre el salón de la familia. Verdaderamente, el tomo “T” tenía una vida y unos amigos privilegiados.

La familia que regentaba la galería era una modesta familia trabajadora, pero felices por tener tan apreciado tesoro en su hogar: la Enciclopedia, nacida como fruto del amor entre su padre El Saber y su madre La Ciencia.

Pero el tomo “T” no se sentía satisfecho: quiso “tener” aventuras en la vida, quiso “tomar” posiciones en la sociedad, quiso “trepar” hasta lo más alto.

Cierto día, vio un magazine semanal sobre la alfombra en donde uno de los chicos de casa lo ojeaba y ojeaba para, una y otra vez, deleitarse con sus divertidas fotos y sus ociosos comentarios.

El tomo “T” observaba al chico que, dicho sea de paso, sólo en muy contadas ocasiones, le había tomado entre sus manos para consultarle. El pobre tomo “T” se dijo: “caramba, sólo tengo palabras pobres, mediocres y mal sonantes, como Trabajo, Tesón, Tenacidad... ¿qué puedo hacer? Esto hay que solucionarlo”. Y así, comenzó a deliberar en cómo podría convertirse en un divertido y atractivo magazine.

Llegada la noche, cuando ya todos los tomos y libros de la galería estaban dormidos, preguntó en susurros al magazine: “oye, oye.... escúchame”. El magazine, perplejo de que tan noble inquilino le llamase, contestó: “dígame, señor tomo “T”. “¿Podrías cambiarte conmigo por una semana?” –dijo el tomo “T”-, a lo que el magazine, aún más asombrado replicó: “pero señor, si mi vida es muy efímera; tan sólo comento eventos fugaces de personajes vacíos que simplemente se sienten interesados por presumir de su propio glamour. Sin embargo, usted tiene una vida serena, llena de sabiduría, tiene sus amigos los demás tomos, su padre El Saber y su madre La Ciencia le aman muchísimo y, además, es usted una pieza clave en esa joya que es la enciclopedia. ¿Cómo querría usted cambiarse conmigo, que simplemente reflejo unas fugaces imágenes de lujo y glamour de personas ricas pero inconscientes?”. Pero el tomo “T” insistía una y otra vez.

Aquella noche el magazine no pudo decidirse en tan trascendente situación, así que pospusieron sus negociaciones hasta la noche siguiente.

Al día siguiente, el resto de tomos persuadían al tomo “T” para que no abandonase su apartamento en el 2º estante de la galería. “Pero si eres feliz” –le decía el tomo “F”-, “aquí tienes tu vida” –repetía el tomo “V”-, “chaval, que eres un gran amigo” –clamaba el tomo “a”... y así todos los tomos, uno por uno, repetían cada uno sin cesar sus mejores atributos para que el tomo “T” no les dejara. Pero fue en vano. Incluso su padre El Saber y su madre La Ciencia tuvieron que llamarle al móvil para ver si desistía, pero nada: fracasaron en su intento. Por último, el tomo “H” quiso llamarle a la honradez, el tomo “S” a la serenidad, el tomo “U” a la urbanidad y el tomo “P” a la prudencia. Nada; todo fueron inútiles esfuerzos.

“Yo quiero ser Tener fama, quiero Tener posibilidad de viajar, quiero Trepar a lo más alto, quiero Triunfar. Vosotros lleváis todos una vida mediocre, miraos: todos iguales, sólo tenéis conocimiento, letras, sabiduría, conceptos. Sin embargo, miradme a mí, puedo Tenerlo Todo –soy la letra T-, soy Todopoderoso, soy Todoterreno, soy Todo lo que me propongo...” Y así proseguía hasta que sus amigos, los demás tomos, cerraron sus páginas y abandonaron sus argumentos y rezaron para que su amigo no cometiese ninguna Tontería.

Llegada la noche, el magazine aceptó el intercambio, y así, cerraron un atractivo acuerdo. El magazine trepó hasta el 2º piso de la galería, se acomodó plácidamente entre los tomos “S” y “U” (serenidad y urbanidad) y comenzó a disfrutar de un nuevo y placentero status.

El tomo “T” se despojó de sus elegantes tapas de piel y su robusto papel satinado por unas cuantas finas hojas de papel couché manoseadas pero inteligentemente dispuestas con maravillosas fotografías coloristas llenas de un impresionante glamour. “Qué bien, voy a comenzar a Triunfar” –se decía el tomo “T”- pensando que ya había llegado a lo más alto. Pensaba que, al estar entre famosos, actores, políticos, personajes influyentes, banqueros...., podría convertirse en uno de ellos y así ser un ser muy querido y estimado.

Fue realmente cuando el tomo “T” salió de la alfombra el momento en que comenzó su aventura y sus descubrimientos por la casa. En primer lugar fue llegó a un lugar frío y húmedo de la casa. Debía ser quizá la antesala del exterior. Quizá llovía, porque se oía agua correr, pero no acertaba a ver las ventanas. “¡Qué extraño!, oigo lluvia pero no sé de dónde viene el ruido”. Pronto se dio cuenta de que alguien le había tomado para ir al baño. Y se dijo “qué importante soy: cierran la puerta para estar conmigo; esto empieza con buen pié”.

Seguidamente fue conducido a otro interesantísimo lugar: era una estancia amplia, con una luz blanca muy luminosa, con muebles funcionales e inteligentemente dispuestos. Había un gran armario que, cuando abría su puerta, desprendía una gélida brisa acompañada de diferentes aromas; otro en cambio, cuando se entreabría, dejaba escapar un abrumador aire seco caliente, cual fuego abrasador saliendo de las fauces de un dragón. También había otro espacio como de piedra de donde salían llamas incandescentes... sin embargo, olía especialmente bien, y comenzó a tener hambre. “Si tuviese a mi amiga la “V”, me diría cómo se llama este lugar de la vivienda” -se dijo-. Aquí tuvo su primera experiencia dolorosa: sintió cómo de pronto le arrancaban varias páginas de su sección de <> para ser taladradas y cuidadosamente archivadas en un misterioso gran libro junto a sus amigos de la enciclopedia. Pero no le importó: a pesar de las hojas arrancadas, seguía manteniendo el brillo de sus amplias fotografías, el colorido de sus anuncios y el glamour de sus personajes.

Cuando descubrió que había estado en la cocina, fue a descansar sobre una mesita frente a la galería en donde reposaban sus amigos de siempre. Desde lejos, miraba con aires de grandeza y, a la vez, presumía de haber podido salir de aquél estante: “miradme chicos, ya he empezado a ver mundo; pronto me envidiaréis, porque estáis muy acomodados viviendo en ese suburbio”. Y así comenzó a buscar nuevos amigos que pudiesen aportarle lo que necesitaba para triunfar.

En esta estación, la experiencia fue aun más extraña: pronto se encontró acompañado de muchos, muchísimos seres desconocidos a su alrededor. Debía ser un pequeño almacén, aunque no estaba muy seguro.

Allí habló con las señoras “apertura y cierre” un pequeño de llaves que siempre tintineaban cuando se rozaban entre ellas. Se contentaban simplemente con ser indispensables para que cierto artilugio llamado vehículo funcionase, “¡qué denigrante!, sólo sirve para que algo funcione durante unas horas, ¡qué cosa más poco productiva!, ¡qué vida más mediocre!, y encima están contentas, ¡qué triste!” –se decía para sí el tomo “T”-, así que prefirió no intimar más con aquellas llaves solteronas.

Luego vio una serie de paños blancos perfectamente doblados y dispuestos. Eran unos señoritos blancos y muy cuidados que desprendían un suave aroma. Les preguntó para qué servían y por qué estaban en aquella mesa. “Somos pañuelos: siempre que nos necesitan, aquí nos encuentran, no pueden prescindir de nosotros”. Pero al tomo “T” tampoco le gustaba el trabajo de los que limpiaban y mantenían decentes y presentables a sus amos, y despreciaba a los que realizaban tareas humildes.

Las gafas de sol también fueron debidamente interrogadas por nuestro amigo el tomo “T”: “¿y vosotras, con esos colores tan oscuros, quiénes sois?” -preguntó-. “Somos las gafas de sol: cuando salimos de día, como el sol es tan potente, cobijamos los delicados ojos de los humanos a los que acompañamos y ellos se sienten aliviados”. Pero tampoco éstas merecían su reconocimiento. “Sólo salen de día, y sin embargo, llegada la noche, nadie las recuerda. Qué forma más absurda de vivir....”.

Así fue conociendo a todos y cada uno de sus nuevos vecinos, tales como fotografías antiguas a las que él mismo denominó como “demasiado viejas para ser amigas mías”; bolígrafos gastados a los que no dudó en despreciar diciéndoles “vosotros queréis trabajar muy poco y por eso gastáis vuestra tinta en tonterías”; discos compactos de música pasada de moda con los que tampoco quiso intimar porque “no habían sabido hacer huella y todos se habían olvidado de ellos”; y así, uno tras otro, ningún vecino mereció la amistad del tomo “T”, el cual, despechado contra sus nuevos vecinos y, desengañado por aquella frustrada mudanza, cerró sus páginas y se dispuso a dormir una siesta bajo la tenue luz de una pequeña lámpara de mesa.

Al darse la vuelta, pudo entrever un objeto pequeño, doblado por la mitad, con una textura similar a la piel que antaño vestía sus tapas cuando era parte de la enciclopedia, y que asomaba unas hojitas de diversos colores. Aquel individuo le resultó bastante interesante.

Se acercó a él para preguntarle “perdone pero, ¿quién es usted?” y el vecino le contestó con un aires de autosuficiencia y a la vez muy demagógico “pues señor magazine, ¿no se da usted cuenta de que soy un billetero?, valiente impertinencia el preguntarme de ese modo”. El tomo “T” quedó perplejo y avergonzado ante semejante situación, pudo ver que el resto de vecinos se reía, susurrándose cosas entre ellos y lanzando pequeñas miradas hacia él.

Pero aquello no podía quedar así. El tomo “T” volvió a dirigirse al billetero para preguntarle “¿y vive usted aquí desde hace mucho?” a lo que el billetero, de nuevo con sus aires de prepotencia desordenada y su egocentrismo exacerbado contestó: “por supuesto, siempre he estado aquí. Sin mí no podrían los humanos comprar el vehículo que mueven esas absurdas llaves, como tampoco podría adquirir pañuelos de seda para estar limpio, o cambiar los cristales de las gafas, como tampoco reponer esos estúpidos bolígrafos gastados, y por supuesto, tampoco podría comprar nuevos discos para olvidarse de esa antiquísima y estridente música.”

De este modo iba el billetero exponiendo todas sus habilidades, aptitudes y grandezas, de modo que el tomo “T”, el cual no era precisamente “tonto”, comenzó a entablar conversaciones con el billetero de la mesita de la lámpara.

Poquito a poco fueron intimando más y más, hasta el punto en que el tomo “T”, siempre disfrazado de magazine y suplantando una personalidad que no era la suya, se enorgullecía de los personajes famosos e influyentes, así como de los paradisíacos lugares y los grandes negocios que en sus páginas se anunciaban. El billetero, no poco sorprendido con las experiencias que parecía aportar este nuevo vecino, tuvo a bien abrir su mano al tomo “T” y decidieron unirse. “Si nunca te sueltas de mi doblez, verás cómo siempre sales a descubrir nuevas aventuras” -dijo el billetero al tomo “T”-. “¿Y qué son esos papelitos de color pastel que llevas dentro?” -preguntó el tomo al billetero-; “valiente estúpido” -contestó-; son billetes, dinero, lo que da a los humanos el poder, la fama, el triunfo. Con lo que yo tengo todos triunfan, todos se engrandecen; sin eso, el mundo no vale nada, las personas se arruinan, dejan de tener amigos, no pueden ser felices.

Verdaderamente impresionado por semejantes conocimientos y teorías, el tomo “T” se unió al billetero con el fin de estar siempre acompañado por tan ilustre compañero. Así, cogidos el uno por la portada y el otro por un doblez, vieron cómo la dueña de casa les tomaba para ir de compras por la ciudad.

El tomo “T” –que seguía disfrazado y suplantando al magazine- sentía cómo aquella señora primero ojeaba las páginas de sociedad, sintiendo sus ojos iluminarse ante tan bellísimos trajes, bolsos y pamelas. Estuvo ojeando todas sus hojas en el ascensor pero no cayó en la cuenta de que había olvidado las llaves, aquellas llaves solteronas e impertinentes que desagradaban con sus incesantes tintineos. “Uf, qué lata, tener que compartir viaje con éstas” -pensó en alta voz-, pero el billetero recriminó el comentario: “jovencito, sin las llaves, la señora nunca podrá conducir el vehículo, son indispensables para abrir y cerrar sus puertas”. Aun así, el tomo “T” siguió pensando que era un trabajo muy poco productivo.

Al salir a la calle, sacó del bolso las gafas de sol. Muy contentas, iban en primera línea divisando todo el paisaje que se les ofrecía. “Dichosas mironas cotillas; nada se les escapa” -pensó-. Nuevamente fue recriminado por el billetero, el cual fue enumerando, una por una, las veces que la señora había estado a punto de perder la vista y no ocurrió gracias a las “cotillas” de las gafas. Sin embargo, tampoco esto surtió el efecto suficiente.

La señora fue gastando todos los billetes que su amigo el billetero le ofrecía. En la peluquería sacó uno de los viejos bolígrafos y pintó signos sobre la página de los pasatiempos. “Bueno, en cuanto acabe, los bolígrafos dejarán de molestarme y punzar su estúpida punta sobre mí....” (se decía); luego fue agitado por la señora cuando esperaba en la cola del supermercado y, al ver que no daba el suficiente aire, fue sustituido por un abanico muy impertinente que hacía volar sus hojas. “¡Qué personaje más molesto! Ya podía tener un poco de cuidado al moverse!”, y así fue quejándose y criticando todo aquello que se movía a su alrededor.

La señora compró algunos trajes, zapatos, perfumes; otro día fueron de viaje al otro lado de la calle y de la ciudad; pagaron la cuenta en restaurantes, fueron al cine; y siempre iba acompañado de su nuevo amigo el billetero.

Así pasó una semana. Su soberbia llegó al punto de que el tomo “T” dejó poco a poco de sonreír a sus antiguos compañeros cuando llegaba al salón de la casa y comenzó a sentirse un ser superior. Pero el tomo “T” tampoco se dio cuenta de que sólo era una letra, la letra “T”, la cual sola no podía hacer nada de nada; aun vestida de magazine, siempre necesitaría de que alguien le complementase.

Un buen día, en la terraza de un bar, el billetero se quedó con unos solos céntimos y dijo al tomo “T”, que aún seguía disfrazado de magazine: “mira idiota, consigue que la señora nos lleve a casa para que reponga billetes de colores en mi interior”. Pero el tomo “T”, tan engreído en su nueva personalidad, no aceptó el insulto del billetero y, subiéndose encima de él, lo tapó abriendo de par en par sus páginas y quedaron ambos, tumbados en la mesa del bar.

Inmediatamente la señora compró un nuevo magazine (el correspondiente a la nueva semana), con lo que olvidó al tomo “T” en la mesa del bar. También olvidó su billetero, ya que al estar vacío, dejó de ser de valiosa utilidad para la señora. Así comenzó el ocaso de aquélla aventura.

Comenzó a llover y las hojas del tomo “T” se mojaron. Sin embargo, el billetero no se mojaba: tenía al tomo “T” encima de él.

Luego vino el viento, y las hojas del tomo “T” se agitaron. Pero el billetero no se agitó, porque estaba resguardado por su vecino, el tomo “T”.

Por último, un jovencito apagó un cigarrillo sobre las hojas del tomo “T”. pero al billetero no le llegó nunca la quemadura: le cubría su amigo, el tomo “T”.

Por fin apareció alguien. El tomo “T” pensó que venían a recuperarlo pero.... “¡Cuidado! ¡Trae una escoba!” gritó el tomo “T” a su vecino el billetero, el cual se dijo para sí: “menos mal, por fin alguien se da cuenta de que existo y me quitan a este mequetrefe de encima”.

La escoba, firmemente custodiada por un honrado y trabajador barrendero, empujó una y otra vez al tomo “T” y al billetero. El barrendero arrojó aquellas sucias hojas de papel couché al container y se quedó con el billetero, que aún tenía capacidad para ser rellenado y no se había deteriorado. El tomo “T” gritaba y gritaba desde el container pero, el billetero ya no alcanzó a oírle: se sentía seguro y custodiado entre las manos de aquel honrado barrendero el cual, poco a poco, se fue alejando para completar su labor.

Y así, entre las basuras de la ciudad, rodeado de mugre y escombros, fue como el tomo “T”, que tanto quiso transportarse hasta lo más alto, tanto quiso incluso aprovecharse de la generosidad que le brindó un vecino cargado de billetes –por cierto, sólo eso, billetes-, terminó en el fondo de un oscuro y sucio contenedor de un austero pero inteligente barrendero, el cual, en su humilde y poco pretenciosa condición, recogió los desechos de la fugacidad de la fama, del dinero, del glamour y del poder, para simplemente, seguir viviendo en paz y armonía con los suyos.

Entretanto, el magazine, revestido con la dignidad de las tapas de piel y las letras doradas del tomo “T” y enriquecido con sus nuevas hojas de papel satinado, conversaba y reía amablemente con sus nuevos amigos y vecinos, el resto de los tomos, de la “A” a la “S” y de la “U” a la “Z”; cada uno con sus convicciones, teorías, definiciones y experiencias. Cada uno con su riqueza y su necesidad de los otros. Cada uno, sirviendo en su apreciado y a la vez maravilloso mundo: el 2º estante de aquella modesta galería.
(Dedicado a los que pretenden triunfar usando de recursos ajenos)

viernes, 6 de febrero de 2009

Feliz cumpleaños

Querida hija, hoy cumples 11 años.
Tal día como hoy naciste y llenaste de ilusión nuestras vidas.
Tal día como hoy hiciste que todos nuestros planteamientos cambiasen.
Tal día como hoy relativizaste nuestras vidas.

No hace mucho me preguntaste: "¿A cuál de nosotros quieres más?"
(como siempre, abrumándome con tus sencillas pero profundas preguntas)

En aquel momento no pude más que sonreír y sentarte en mi regazo para que supieses cómo, cuando me casé con tu madre, me resultaba difícil poder compartir mi corazón con alguien más que no fuese ella. Sin embargo llegaste y mi corazón se ensanchó muchísimo. Y luego, poco a poco fueron llegando tus hermanos.

Y mi corazón seguía ensanchándose.
Y mis pensamientos se dividían.
Y mis sentimientos iban cambiando.
Y mis emociones se multiplicaron.
Y todo mi ser se fue transformando.

Y ahí sigues hoy, hija mía, dándome todo lo que eres; mostrándote tal cual eres; sonriendo como tú solita has aprendido a hacer, con los mismos ojos cautivadores de tu madre y la misma sencillez de su alma;
ahí sigues, con tu sencilla forma de ser.

Te quiero mucho hija, tú lo sabes;
pero te lo repito sin cesar: Te quiero mucho.

Aun así, bien sabes que hay alguien por ahí arriba que te quiere más que yo.
Tu Padre del cielo es el que en verdad mira por tí en cada instante, durante cada milésima de segundo, cuidando cada célula de tu precioso ser.

Mi querida Visi, hoy es tu cumpleaños y yo, tu modesto padre, quiero darte lo mejor que tengo: mi pobre corazón inflamado por el amor que me regalas junto con tus hermanos:

FELICIDADES HIJA MÍA.

martes, 3 de febrero de 2009

DORI Y MARLIN

Es curioso, y mira que la he visto veces.

Nunca había caído en la cuenta de una frase dicha por Dori a su nuevo amigo Marlin en la película “Buscando a Nemo”.

Ella le reprocha a Marlin su intención de marcharse y llega a decirle: “cuando estoy contigo me siento como en casa”... y prosigue la película, ya para llegar, prácticamente, al desenlace de la misma.

“Contigo me siento como en casa”. Preciosa frase. Se la dedico a mi mujer:

Seas como seas, contigo me siento como en casa, rodeado del calor de los míos, alegrado por las risas de los que amo, abrumado por los conflictos de cada día, alegrado por los sonidos de cada momento.

Estés como estés, siempre me haces sentir en casa; si tu mente está desordenada, la casa se desordena; si tu corazón está confuso, la casa se oscurece; si tus ojos se iluminan, toda la casa se llena de una preciosa luz.

Tus ojos son las ventanas de mi casa; me miro en ellos y puedo ver el sol.
Tu corazón es el calor de mi hogar; si te desanimas, mi hogar se enfría.
Tu mente es la sabiduría de mi familia; si desfalleces, se rompe mi familia.

Querida esposa, contigo siempre me he sentido, pues eso…. como en casa.

lunes, 2 de febrero de 2009

El hombre anuncio

Cierto excelentísimo ayuntamiento de una gran ciudad de nuestra querida España, lanzó no hace mucho un bando prohibiendo la exhibición de los “hombres anuncio”.
Se alegaba en aquél la, quizá deshonra, quizá denigración o bien humillación sufrida por el susodicho portador de semejante soporte publicitario.

Normalmente nunca contemplo a mi alrededor cuando voy conduciendo por la ciudad. Sin embargo hoy, esperando pacientemente en uno de nuestros habituales atascos, me sorprende sobremanera un furgón con un total de treinta y dos anuncios en su carrocería. Sí señores, treinta y dos. Me entretuve en contarlos. Es más, pensé que podía ser, bien una extravagancia, bien una horterada, e incluso una absurdez.

Pensé que se trataba de un “vehículo anuncio” o de algún tipo de acto o acontecimiento público que se quería anunciar. Pero no señor mío, no era nada de eso.

Me quedo observando y consigo ponerme a su misma altura en la avenida para ver que se trata de un furgón lleno con niños y niñas disminuidos, conducido por un señor de unos 50 años. Sigo leyendo los anuncios, uno tras otro -como veréis, el atasco era importante-. Pero el anuncio menos agresivo, el más discreto de todos, fue justamente el que me llamó la atención: simplemente era el nombre y logotipo de la Asociación a la que dicho vehículo prestaba sus servicios.

Con bastante prudencia y delicadeza me dirijo al conductor: “perdone señor, mi nombre es Juanjo; ¿por qué lleva usted tantos anuncios?” Tras una amable y serena sonrisa el caballero en cuestión me dice: “amigo Juanjo, los padres de estos chicos, algunos benefactores de la Iglesia y, por supuesto, mis queridos anunciantes, son los únicos que nos ayudan a sacar esto adelante”.
Perplejo, vuelvo a fustigarle con otra de mis atrevidas preguntas: “¿nadie más les ayuda, ni siquiera el Gobierno?”; a lo que el buen hombre me contesta: “no amigo mío, ni siquiera el Gobierno”.

Hoy, este “vehículo anuncio”, ha llenado de dignidad las calles y avenidas por donde circulaba.
Hoy, los chicos y chicas de este “absurdo vehículo anuncio”, me han mirado a los ojos y me han sonreído sin parar.
Hoy, el conductor de este “hortera vehículo anuncio”, me ha tocado el corazón.
Hoy Dios ha vuelto a hablarme desde la sencillez de unos simples anuncios.

Queridos políticos: ¿podrían volver a nuestras calles los hombres anuncio? Pienso que llenarían de dignidad nuestras vacías, horteras y absurdas calles, llenas de hipócrita dignidad y falsa solidaridad.

Espero que nuestros queridos políticos gasten su tiempo y nuestro dinero en apoyar nobles acciones y no en buscar votos y, porqué no, también su propia “publicidad”.