lunes, 16 de noviembre de 2009

Querido Don Joaquín

Fue en mi adolescencia cuando mi vida se cruzó con este, no falto de curiosas peculiaridades e inusuales menesteres, buen caballero Don Joaquín.

Transcurrían tranquilamente los años 80, aquellos maravillosos años 80, los años de la movida, de la “new way”, de los “nuevos románticos”, de Mecano, Alaska y los Pegamoides, del socialismo exasperado, y de otras pocas muchas cosas más.
Era el tiempo de mi adolescencia; tiempo áspero lleno de la suavidad de la siempre firme incertidumbre;
tiempo árido regado por la anegadora estupidez de las inseguridades y los nunca amables complejos...;
ese horrible tiempo al que nunca deseamos llegar y del que siempre queremos salir: la adolescencia.

Pues fue en ese tiempo cuando conocí a Don Joaquín Eléjar, maestro de jóvenes actores y amante del arte, la literatura, la historia y, por supuesto, amante de todas las personas. Fundó la escuela de Teatro Mainake, de la cual me honro haber sido alumno y entusiasta, así como de la Federación Española de Teatro Vocacional (FETV), como los grupos teatrales Jábega y Chaveas, amén de otras muchas obras y buenas labores más.

El pasado sábado 7 de noviembre nos dejó para ir a descansar con Dios en el Cielo y, aquí va mi pequeño homenaje:

Querido Joaquín; bien sabes que cuando conocí tu grupo me ayudaste a salvar muchos complejos e inseguridades.
Bien sabemos nosotros cómo siempre tenías tu puerta abierta y cómo tu vida transcurría entre los telones de aquellas improvisadas salas de teatro, tras los focos de las plazas de los pueblos en los que actuábamos cuando íbamos de giras provincianas y, cómo no, siempre detrás de aquellas subvenciones y ayudas que jamás llegaban para pagar siquiera unos trajes de nuestros vestuarios caseros.
Ahí estabas cuando, justo antes de salir a escena, se nos rompía el atuendo, o bien teníamos que salir con algún mantón enganchado con alfileres y si no, cuando las mallas se agujereaban, o las zapatillas nos apretaban, o el maquillaje se estropeaba, o nuestras voces se quebraban..., ahí estabas siempre, dando seguridad y palmaditas cuando lo que realmente necesitábamos era un buen bofetón.

Nos ayudaste a muchos de nosotros a descubrir nuestras voces cuando ni tan siquiera sabíamos que existían (a mí me descubriste que sabía cantar).
Nos colocaste a cada uno en el puesto que mejor concordaba con nuestras jóvenes personalidades (concretamente, a mí me nombraste durante un tiempo tu secretario para la FETV).
Nos llevaste como compañeros de viaje a los mejores eventos teatrales de nuestro país (contigo estuve en Almagro, en Mérida, en el Castillo de la Mota, en Salamanca...)
Nos quisiste presentar siempre como tus amigos ante personajes ilustres y bien conocidos del panorama intelectual de nuestra querida España (contigo asistí en Madrid a varias presentaciones literarias y conocí a personas relevantes).

En resumen, nos hiciste vivir una preciosa adolescencia y juventud, tanto más divertida, cuando no menos por ello llena de responsabilidad.

Querido Joaquín, los más preciosos años de mi juventud, las imágenes y los olores más entrañables, mis mejores recuerdos, mis mejores amigos, manan desde los muros de tu casa-escuela en Ciudad Jardín. Las más profundas conversaciones tuvieron lugar en tu camioneta cuando íbamos camino de Almagro, o de Madrid, o también Salamanca, cómo no cuando íbamos hacia Mérida... tantos y tantos kilómetros a través de aquellas carreteras nacionales, ¿te acuerdas Joaquín? Aún no estaban las autovías.

Querido Joaquín, hoy las máscaras de la Tragedia y la Comedia ya no están en tu casa. Sin embargo, has visto cumplido tu deseo de siempre: tus amigos de siempre te han rendido un sencillo homenaje en la Sala que hoy lleva tu nombre, con una sencilla Eucaristía (cómo no iba a ser sencilla, Joaquín, cómo no iba a ser sencilla), con unos pocos amigos, con los amigos de siempre (cómo no iban a ser ellos), y cómo no voy a agradecer yo hoy que me hubiesen invitado a tan sublime acontecimiento.

Querido Joaquín, hoy puedo envidiarte porque, tus amigos de siempre, los que no te olvidan, los que financian con sus esfuerzos y sus ánimos el legado que tú sembraste, aquellos que siempre te apoyaron en el silencio y en la discreción, siguen estando ahí, a tu lado, bajo tu amistad y tu generosidad.
Te han sabido cuidar en la enfermedad, te han ayudado en las dificultades, te han visto envejecer y morir (y yo me entero tarde, pero me entero, a Dios gracias que me entero) mas, te recuerdan igual que puedo recordarte yo: lleno de vida, lleno de ilusión, riendo y bromeando constantemente, rodeado de jóvenes (y no tan jóvenes), levantando el telón para que, como tú decías, comience la ilusión y, bajándolo para dejar, como siempre, un dulce deleite en todos nuestros sentidos.

Querido Joaquín, existe un Dios, porque un día te creó.
Querido Joaquín, existe un Dios, porque un día infundió en ti el ansia de ayudarnos.
Querido Joaquín, existe un Dios porque un buen día te conocimos y sacaste de nosotros lo mejor que teníamos.
Querido Joaquín, existe un Dios, tú bien lo sabes hoy, tú sí que puedes afirmarlo, porque a bien seguro que ahora mismo, en este preciso instante, tú estás con Él.

-Dedicado a mi maestro de teatro, Don Joaquín Eléjar Tohux (D.E.P.)-