miércoles, 24 de abril de 2013

Las lágrimas

Las lágrimas fueron puestas por Dios para recordarnos que nuestro corazón late y que, todo cuanto acontece a nuestro alrededor existe para nuestro bien y para perfeccionarnos como personas.

A veces, las lágrimas surgen espontáneamente cuando te sientes feliz, cuando ríes y te invade una gran alegría cuando recibes una buena noticia.  En esos momentos parece que el corazón se ensancha y que toda la existencia se torna de colores vivos, alegres, brillantes; la luz nos embriaga y entonces, brotan lágrimas de satisfacción.

Otras veces las lágrimas brotan de nuestros ojos ante las adversidades o injusticias que sufren los seres queridos que nos rodean.  En esos momentos nos gustaría entrar en la piel de quien sufre para intentar mitigar su dolor y su desesperanza.  Así ocurre cuando ves sufrir a la esposa, a los hijos, a los padres, a los hermanos, a la gente querida.  Entonces el corazón vuelve a ensancharse y abre sus alas en un deseo de alcanzar el alma sufriente y fundirse todo él en un inmenso abrazo y poder demostrarle todo su amor.

Otras muchas veces las lágrimas se derraman cuando nuestros corazones son atrapados por la tristeza.  Entonces es cuando la mirada se nubla, el rostro se oscurece, el corazón se entenebrece... En esos momentos es muy difícil (o casi imposible) ver la luz y recordar los momentos en que Dios nos ha bendecido con Sus dones y nos ha embriagado con Su Alegría y Su Amor.

Pero otras muchas veces las lágrimas quedan atrapadas y no pueden salir.
Entonces es cuando realmente hay un problema, y muy serio: el corazón se encoge, el alma se agrieta, los ojos se secan, la garganta se cierra, la cabeza se agacha, la mirada se pierde...

Es evidente: en estas, y en otras muchísimas circunstancias (hasta 150 dicen los judíos) las lágrimas resultan ser la medida de nuestros sentimientos.

(Dedicado a los que hoy no pueden llorar)