martes, 20 de diciembre de 2011

Entre bambalinas

Hoy estuve con mi hija Clarita en su fiesta de navidad del cole y, como de costumbre, ahí estaban todos aquellos a quienes no me canso de admirar y cuya madera es no poco especial.
Me refiero a mis queridos educadores. Con su paciencia, afabilidad, cariño hacia los niños y esa sonrisa que no cae de sus caras, me hicieron pasar un rato poco menos que inolvidable. Y el espectáculo, por razones que no vienen al caso, lo vi entre bambalinas, en mi lugar preferido, en donde puedo disfrutar del espectáculo, de las luces y las voces de nuestros alevines, pero también puedo deleitarme compartiendo nervios, sudores, prisas... Los telones oscuros, el olor a madera, el sonido de los focos cuando se encienden y se apagan, la música de fondo que no termina de entrar en el momento previsto, el attrezzo al que siempre falta algo, el vestuario que se desilacha... En fin amigos, todas esas cosas que me apasionan y que, rodeado de tales personas, me hacen sentir como pez en el agua.
Y allí estaban ellos. Mis nuevamente queridísimos educadores. Pienso que Dios, cuando creó a los hombres y mujeres de este mundo, usó dos tipos de madera: la madera noble de los educadores y la madera común de las demás personas.
Como padre de familia numerosa, tengo que elogiar la labor de estos hombres y mujeres que vierten todo su tiempo, su profesionalidad, su paciencia, su sonrisa y, cómo no, todo su amor y su cariño hacia nuestros hijos. Y todo simplemente porque así se lo inspira su vocación.
En medio de los nervios, de las tensiones, del calor y de los fallos que se aprecian entre bambalinas, allí estaban todos: aparecían ante el público serenos, sonrientes, cariñosos y con una profesionalidad que ya desearían muchos de nuestros actores poseer.
Queridos educadores: gracias por atender a mis hijos. Feliz Navidad y un beso para todos.