miércoles, 27 de enero de 2010

Aquellas pequeñas cosas

Así titula Joan Manuel Serrat una de mis canciones favoritas, mas no es el momento de hablar de este buen señor del cual, si bien discrepo bastante en algunos de sus modos de actuar, vivir, pensar…, no puedo negar la evidencia de que es uno de los mejores cantautores que ha parido nuestra querida España (sí señores catalanes, que aún a día de hoy seguís siendo españoles).

Pero aquellas “mis pequeñas cosas” son aquellas que son en sí grandiosas y sublimes en tanto que son las valiosísimas piezas que componen el puzle de mi humilde existencia (y la de los míos, claro está).


Resulta sublime el pequeño hecho de llegar a casa y dar un beso a la esposa y a los hijos, recibir y sentar a la mesa a los seres queridos, a los amigos, a los hermanos de la comunidad, a familias misioneras, a un seminarista, al cura, llamar por teléfono a los padres, a los hermanos, cuñados… También resulta sublime el día 6 de enero por la mañana en mi casa, así como hacer un viaje relámpago a Madrid para decir al mundo que las familias existimos porque Dios es un Padre Bueno que cuida de nosotros, quedarse en vela observando a un hijo que tiene fiebre, escuchar las risas de los niños en su habitación cuando no quieren dormir, visitar a un cura de pueblo que se siente solo y al que prestas todo tu apoyo, llamar a un ser querido que sufre porque ve que alguien se le muere…

En fin, amigos lectores, todas estas son las sublimes piezas del puzle de mi vida. Quizá son “tonterías” o “bobadas” (como dirían tantos que invierten su precioso tiempo en adquirir dinero, poder y fama), pero para mí son “Aquellas mis pequeñas grandes cosas”.