miércoles, 8 de julio de 2009

Mi amigo el caballero

Ayer estuve en casa de un querido amigo: “mi amigo el caballero” le suelo llamar, y yo le brindo toda mi admiración.

Entre otras varias acepciones, como bien sabréis, el diccionario define a los caballeros como “hombres dotados de determinadas cualidades morales -cortesía, nobleza, generosidad, etc.-”, y un servidor llama caballero a aquel que, con suma delicadeza y esmero -llámese caballerosidad, valga la redundancia- sabe tratar a las damas que lo rodean -al menos eso es lo que mis padres me enseñaron-.

Pues este amigo mío, mi querido amigo el caballero como yo le llamo, es un caballero de los que ya quedan pocos en nuestro mundo. Tiene varias damas que lo rodean, lo acorralan en sus reuniones, lo molestan en numerosas ocasiones; incluso hay veces que resultan sumamente desagradables; pero él, sin esfuerzo alguno por su parte, les brinda su más exquisito trato, usando de un esmero y caballerosidad que ya muchos de nosotros quisiéramos adquirir. Así claro está, con esos tan corteses tratos, estas damas no se le separan ni un momento.

Desde los veintipocos años, tiempo en que recibió la primera visita de una de ellas, no ha dejado de codearse con ellas.
¡Vaya tipo con más suerte!, ¡qué éxito, qué popularidad! -pensaréis algunos-, y estáis en lo cierto: el tío ha tenido más éxito con estas damas que otros muchos de vosotros que me honráis visitando mi blog...

Pero, ¡ay mis queridos lectores! esto tiene su truco: ¿no lo pilláis?
Os daré más pistas: estas damas no son jovencitas escandalosas -por eso se acercan a los caballeros y no a adolescentes dislocados-, como tampoco mujerzuelas atrevidas -a estas mi amigo ni siquiera las mira-; tampoco se trata de vulgares busconas -esas no van en busca de caballeros-, ni por supuesto solteronas desesperadas -tampoco a estas llegan a fascinarles estos caballeros-.

Son señoras que llevan años acomodándose en sanas y bravas naturalezas para, poco a poco, ir apagando los reflejos y funciones más despiertas. Llegan con suavidad, sin apenas hacer ruido, con muchísima elegancia, pero se llegan a apoderar de las vidas de los que las aceptan como inseparables compañeras, hasta incluso postrarlos o aletargarlos de tal modo, que ya no pueden vivir sin apoyos que logren paliar tal clase de apoderamiento ajeno.

¿Adivináis ya a qué me refiero exactamente?

Pues sí, mis queridos lectores. Mi amigo el caballero trata con suma delicadeza y cortesía a sus amigas las enfermedades. Es un caballero. No me canso de repetirlo: nunca las espanta, jamás se queja de su compañía, en ningún momento las manda a callar y, por supuesto, de ningún modo las dejaría marchar. Lo que os digo: un caballero de los que ya no quedan en nuestro mundo -lo siento me he repetido otra vez-.

Mi amigo el caballero siempre va acompañado de una dama, quizá molesta, quizá costosa, pero mi amigo nunca se queja, siempre va sonriendo.
Mi amigo el caballero, aunque la dama le grite desde dentro, él nunca alza la voz..., claro, es un caballero.

Mi amigo el caballero nunca ha deseado estar a solas consigo mismo ni buscar refugio en un bar con sus amiguetes para huir de sus inseparables damas..., claro, lo que digo, es un caballero.
Mi amigo el caballero estuvo un año postrado con una de estas damas, y nunca la despidió de su lecho aun a sabiendas de que podía acabar con él cual amantis religiosa.
Mi amigo el caballero ..., mi amigo no es realmente un caballero: MI AMIGO EL CABALLERO ES UN HOMBRE DE DIOS.
(Dedicado a mi amigo Rino)