viernes, 21 de junio de 2013

Fiestas de fin de curso

Los hijos nunca dejan de sorprendernos.
Por norma general, no suelo asisitr a las fiestas de fin de curso del colegio de los chicos (cosa que ellos entienden, porque a ellos tampoco les gusta ese tipo de eventos), pero este año me he sentido especialmente persuadido por mi hijo David y no dejo de sorprenderme.

Veréis, hace dos semanas, se supone que el ratoncito Pérez le dejó una moneda bajo su almohada y David, ni corto ni perezoso, compró dos entradas para su fiesta de fin de curso.  Mi esposa, interesada en que el chico vaya llenando su hucha con sus propios ahorros, lo recriminó, mas cuando yo le pregunté me dijo muy serio: "Papá, es que quiero que mamá y tú vayáis a verme, por eso, para que no digáis que no, os invito con mi dinero".

Evidentemente, con gran orgullo he ido a la puerta del colegio, he entregado mis dos entradas como si al mejor de los conciertos o sesión de ópera fuese a asistir y, a todo el que conocía le he dicho: "mi hijo David me ha invitado a su fiesta".  Me da igual lo que pensasen los demás: yo he aceptado su invitación, y bien orgulloso que me siento de tener un hijo que, con tan solo 7 años, pueda ser tan generoso.

En estas pequeñas cosas, en la sencillez y la inocencia de un niño, en la providencia diaria, en la generosidad que derraman todos los que me rodean, en las ganas de vivir, es donde cada día se me concede experimentar el Amor de Dios.

Querido David, hijo mío, me ha gustado mucho tu fiesta: que Dios te bendiga siempre.